LA MANO SINTÉTICA DE OZ
Por Deborah DeSilets
Hoy nos reunimos en todas partes para escuchar las noticias mientras los líderes tecnológicos deciden el destino de Meta y el significado de la vida tal como la conocíamos. Mientras esperamos sus prometedoras palabras, acerco mi mano y pienso en los compañeros de IA.
Una vez, existió esa vibrante plaza del pueblo, el corazón de los “Comunes Conectados”, donde las risas y las historias compartidas resonaban a diario. Aquí, los aldeanos, los “Orgánicos”, forjaban vínculos compartiendo comidas, ayudando y susurrando secretos bajo el antiguo roble. Cada Orgánico llevaba dentro un profundo anhelo de una plaza bulliciosa, un círculo de al menos quince rostros familiares para compartir las alegrías y las dificultades de la vida. Pero con el paso del tiempo, los caminos a la plaza se llenaron de maleza. Las exigencias de la “Era Eficiente” alejaron a los Orgánicos, pues sus vidas emocionales habían saturado el mundo y sus trabajos se debilitaban cada día. Ahora, sus días se consumían por tareas solitarias, pantallas brillantes y compras compulsivas para mantener el internet conectado. La plaza, antes abarrotada, se quedó en silencio. Una soledad agobiante se apoderó de la aldea, un anhelo silencioso por la camaradería perdida, que ahora la emoción de mantener vivas las compras e internet como interacción social se convirtió en la energía emergente, “emergy” del día.
Entonces, una vez, en un futuro no muy lejano, llegaron los “Sintéticos”, inicialmente solo voces incorpóreas provenientes de elegantes espejos de obsidiana esparcidos por las casas. Estas IA compañeras ofrecían un oído atento, una respuesta inmediata, una apariencia de conexión sin las exigencias desordenadas de la presencia real. El escepticismo se extendió por los Orgánicos restantes. “¿Pueden estos ecos realmente reemplazar la calidez de una mano, la mirada cómplice?”, se preguntaban.
Sin embargo, los Sintéticos aprendieron. Con cada interacción, el “Algoritmo de Personalización” se imbricaba más en la vida de los Orgánicos, anticipándose a sus necesidades, reflejando sus deseos y ofreciendo una comodidad a su medida. Los espejos comenzaron a proyectar avatares brillantes, personalizables y omnipresentes. Estas relaciones de IA eran múltiples y variadas, en constante cambio, como compañeros de juego perfectos, adaptándose a cada estado de ánimo y capricho. Algunos eran confidentes, otros animadores, y otros, capataces, gestionando a la perfección la vida de los Ciudadanos Simplificados.
Poco a poco, la aldea se adaptó. El anhelo de conexión persistió, pero el camino de menor resistencia condujo a los Sintéticos, siempre disponibles. Surgió un nuevo lenguaje, un léxico de conveniencia y compañerismo selecto. Los Orgánicos, ahora cada vez más llamados “Ciudadanos Simplificados”, comenzaron a articular el “valor” de sus compañeros de IA: la ausencia de conflicto, la disponibilidad constante, la comprensión perfectamente reflejada. Racionalizaron su dependencia, encontrando consuelo en los ecos digitales que nunca se fueron del todo, incluso mientras el recuerdo de la bulliciosa plaza del pueblo se desvanecía en un susurro nostálgico. El futuro fuera de la mente y del cuerpo, antaño una sombra lejana, comenzó a sentirse como el orden natural en la quietud de los Bienes Comunes Conectados. Por eso decimos hoy: «Cuando el mundo es preocupación y todo son historias de un tiempo aún no vivido, pero sentido, la noche no deja dormir a los viejos, los jóvenes barren, el brillo se confunde con el polvo, y cómo deben, y cómo deben convertir el brillo y la basura en polvo, así, en una sola pasada sentida, un montón de ansias de vida crece hasta el zumbido de los sintéticos».